ORAR POR LA PAZ EN UCRANIA



Nadie antes ha hecho uso de la palabra “paz” como lo haciendo últimamente. Una palabra que, por desgracia, viene acompañada de otra palabra: “guerra”.

¿Cuántas veces más, en cualquier rincón del mundo, se tienen que repetir las guerras? La especie humana, por llamarlo de alguna manera, no aprende la lección. En la guerra nadie gana. Todos salimos perdiendo de una manera u otra. Horror, destrucción, violencia, muerte… Nuestro lema ha de ser “No a la guerra”.

Si esta tarde nos encontramos aquí es porque confiamos en la fuerza de la oración. Necesitamos que nuestros corazones ardan de paz y que se contagien a aquellos que la necesitan.

Los diplomáticos y los jefes de los gobiernos habrán buscado el diálogo y otros caminos para conducirnos a la paz. Pero cuando todos estos caminos están ya agotados, existe otra dimensión de la paz y otro modo de promoverla, - así lo expresaba el papa Juan Pablo II, ahora santo, en uno de los Encuentros en Asís con los líderes religiosos de todo el mundo para pedir por la Paz – y, es, a través de la oración.

La oración expresa una relación con un poder supremo que sobrepasa nuestras meras capacidades humanas. En esto si que se han puesto de acuerdo las distintas religiones y confesiones religiosas. Ya es algo adherente a cada una de ellas la ética de la paz, o una ética que da prioridad a la paz sobre la guerra.

La pregunta de fondo está y estará ahí siempre presente: ¿Qué hemos hecho de este mundo? ¿Qué es lo que estamos haciendo?

El Papa Francisco ya nos ha hablado claro cuando nos decía que nuestro planeta es la casa común. Después, el papa Francisco nos ha dirigido otra carta para reflexionar sobre nuestras relaciones, titulada: “Todos sois hermanos”.

En un mundo globalizado, donde estamos más interconectados que nunca, donde tenemos la información de lo que sucede en cualquier lugar de nuestro planeta, y, donde nuestras economías se ven beneficiadas o perjudicadas dependiendo de unos u otros países, donde unos pocos se hacen cada vez más ricos a costa de los más pobres… se nos marca un reto global y universal: LA PAZ PARA TRABAJAR LA PAZ.

El profeta Isaías, en la lectura que se ha proclamado, nos invita a ser mensajeros de paz: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!

En Dios, queremos poner nuestra confianza, como lo hizo el Pueblo de Israel, ahora que celebramos el tiempo de la Cuaresma, para que vaya conduciendo a sus hijos por los caminos de la paz. Que no nos dejemos vencer fácilmente por las tentaciones y que subamos al monte Horeb para encontrarnos con Él y orar por la Paz.

Y Jesús mismo lo expresará con más claridad: solamente, y no de otra manera, si queremos ser felices, si deseamos alcanzar la felicidad, será posible si trabajamos por la paz.

Hermanos y hermanas, que las raíces de este don de la PAZ estén muy arraigadas en vuestros corazones, para que, a través de nosotros, allá donde estemos y con quién nos encontremos, contagiemos la paz con nuestras vidas.

Ahora toca unirnos a tantos hermanos y hermanas nuestros del pueblo de Ucrania (niños, jóvenes, ancianos, matrimonios, familias) que sufren la guerra, la violencia, la injusticia con múltiples rostros. Oímos sus gritos y escuchamos sus historias. Acojámosles y démosles todo nuestro cariño y amor.

Concluyo, recordando al Santo que más se asemejó a Cristo, Francisco de Asís. Él fue un mensajero de paz con sus contemporáneos. Quizás, conozcáis muchos acontecimientos en los que Francisco fue un interlocutor de la Paz de Cristo entre los hombres y mujeres de su época: en la Tierra Santa, en el pueblo de Gubbio, en su propia ciudad…

Si no he empezado con estas palabras, como siempre suelo hacerlo, es porque quería despedirme con ellas, deseando que las llevéis grabadas en lo más interior de vuestro ser: PAZ y BIEN.